Su historia no deja de ser fantástica, pero ¿qué Santo no ha llevado una vida extravagante? De joven, Simeón ansiaba la perfección sometiéndose a exigentes penitencias. Llegó a tapiarse en la soledad de un monasterio de Antioquía, pero le importunaban los curiosos y peregrinos que acudían allí atraídos por su fama de santidad.
Marchó al desierto y se aupó a una columna (en griego, estilos, de ahí su sobrenombre), en la que permanecería durante treinta y siete años como centinela entre los mortales y Dios. Desde allí, Simeón perseveraba en la oración, predicaba a las gentes, resolvía controversias, proporcionaba consejo a reyes, pero seguía buscando a Dios en lo más profundo y desde lo más elevado, sin abandonar su increíble e incómodo puesto, que le permitía otear la divinidad por encima de la humanidad.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol