Su inserción en el Santoral se debe a que fueron tres reyes sabios y magos que peregrinaron hasta Belén y allí, con magnánima humildad, doblaron la rodilla y abatieron la cabeza ante el Niño Dios. Había nacido un Salvador envuelto en pañales.
Su sabiduría no les sirvió de mucho. Llegaron al lugar, sí, valiéndose de su conocimiento sobre las estrellas, porque el Angel no les avisó. Sin embargo, llegaron los últimos a adorar al Niño, tras haber pedido información a Herodes, quién provocó la matanza de los Inocentes. Sus regalos, aunque espléndidos y lujosos, absolutamente inútiles para un bebé. Torpeza, catástrofe e inutilidad. En fin, observándolos, se entiende muy bien el Evangelio de San Mateo: «Yo te alabo, Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios y las revelaste a los ignorantes».
En cambio, al portal acuden, en primera posición, los pastores, porque estaban muy cerca. Nunca debemos desestimar los andares, sin prisa, pero sin pausa, ni la vista de pastor, alcanza hasta el horizonte. Solo se avanza si se mira lejos, decía nuestro insigne Unamuno. Pero Melchor, Gaspar y Baltasar, llegan desde el lejano Oriente. Aunque tras dos mil años, siguen estando presentes en Occidente.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.