Otro ermitaño, pero no en el desierto, sino en una isla desierta, del Archipiélago de Lérins, frente a Cannes, que hoy se la conoce por el nombre de este Santo. Honorato, de linaje galorromano, era un converso que, en su ansia de perfección, peregrinó a Grecia viviendo en los monasterios de aquella parte del Imperio. Tras su vuelta decide llevar una vida solitaria de eremita.
Según la tradición, la isla que será su casa estaba llena de serpientes. Honorato cae de rodillas y se pone a rezar. Todas las serpientes mueren y las olas del mar, ordenadas por el Santo, se adentran en tierra y arrastran los restos de los reptiles limpiando la isla. Al cabo de unos años, se le unen otros compañeros y Honorato funda el monasterio de Lérins, regido por la regla de San Pacomio, fundador del monacato cenobita cristiano. La comunidad se convierte en cantera de santos, teólogos y obispos (San Hilario de Arlés, San Vicente de Lérins y San Cesáreo de Arlés) y en gran foco cultural.
A pesar de su mala salud, Honorato es activo dándose a los demás y resultando la caridad en persona. Al poco de ser elegido arzobispo de Arlés, muere dejando una escuela perdurable y un recuerdo imborrable de santidad. Fue como la llama de la fe encendida durante la larga noche (410), en que Roma es saqueada por los bárbaros.
Fuente. La Casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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