De vida longeva, murió a los 105 años, y entregado en cuerpo y alma a la oración, al estudio, a la penitencia y hasta al trabajo manual para ganarse el sustento. Antonio fundó el monacato y es el maestro de los anacoretas del antiguo Egipto.
Debió de nacer cerca del delta del Nilo, de familia acomodada, y siendo aún muy joven, vendió todas sus pertenencias retirándose al desierto y habitar un sepulcro abandonado para centrarse en la presencia de Dios. Como quiera que las tentaciones merodeaban en su entorno, se adentró aún más en busca de mayor soledad. Continúan las asechanzas diabólicas y nueva retirada hasta el fin del desierto, cerca ya del Mar Rojo, lugar donde hoy un monasterio copto del siglo IV nos recuerda a San Antonio abad, un hombre cuyo rostro siempre resplandeció de alegría.
Tras visitar a San Pablo el ermitaño (15 de enero), murió de viejo. La tradición le ha convertido en protector del ganado y de los animales domésticos.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.