Abalos y Avales

El mayor riesgo que puede padecer un político es la ceguera ante la realidad. Y resulta ser muy habitual, porque a medida que se acerca al poder, va alejándose de aquella. El aún presunto inocente de un presunto caso de corrupción, el ex ministro José Luis Abalos, ha declarado lo siguiente, y así lo recoge un diario próximo a su ideología: «Pensaré la dimisión con mi partido, no para que la derecha se cobre una pieza». Su declaración evidencia que este personaje no ha aprendido nada de su paso por el servicio público. Ignorando a la ciudadanía, él considera que libra una batalla contra su rival político, la derecha, como si fuera un ajuste de cuentas entre bandas mafiosas. Esa es su desafortunada y raquítica concepción de la política, diametralmente opuesta a la noble idea de servicio al interés general.

La dimisión del ex ministro no es un trofeo a cobrar por el contrincante político, sino que resulta una exigencia de ejemplaridad por parte de la ciudadanía. Por supuesto que Abalos tiene derecho a la presunción de inocencia, a pesar de que al Secretario general de su partido le haya entrado un fervorín de higiene política al manifestar ante la Internacional Socialista que «hay que ser implacable con la corrupción», «caiga quien caiga, «el que la hace la paga». Es como si en Ferraz ya le hubieran sentenciado en un juicio paralelo. Pero resulta indudable que el paso de Abalos por el Gobierno, con su inseparable Koldo «Avales», no ha sido un transparente espejo de virtudes. Su trayectoria se ha visto salpicada con algún que otro punto oscuro, como noche oscura era cuando él y su asesor se adentraron en la terminal de Barajas a cuenta de aquellas misteriosas maletas de una ciudadana venezolana. O cuando en plena pandemia, ambos se alojaron en uno de los hoteles más lujosos de Tenerife, el ex ministro con su familia, para atender tareas de Gobierno relacionadas con la inmigración, abonando Koldo los gastos de la estancia con billetes extraídos de varios sobres ante la estupefacción de los presentes.

La ciudadanía empieza a estar harta de comportamientos poco edificantes que protagonizan algunos políticos que, desde la tribuna parlamentaria, se muestran implacables contra la corrupción del contrario, llegando a exigirles la dimisión, pero, en cambio, con la suya se lo piensan. Y la ciudadanía sí tiene los ojos y los pies puestos en la realidad.

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