Príncipe de Polonia, nacido en Cracovia, Casimiro es la imagen arquetípica del príncipe cristiano. Tuvo una vida breve y hecha de esperanzas que no llegaron a cuajar. Su muerte prematura hace de él un ejemplo truncado. Todo en el fue esbozado, infructuoso, con una impertinente sensación de inacabamiento, como si la Providencia interrumpiese o frustrase cada uno de sus proyectos o ilusiones.
En 1471 se intentó coronarle por la rama materna rey de Hungría. No pudo ser. Más tarde, durante la ausencia de su padre, es virrey de Polonia, y en 1483 le proponen matrimonio con la hija del emperador Federico III. Es ahora él quien se niega a aceptar y muere tísico a los veintiséis años. Se le enterró en Vilma y los milagros en torno a su sepulcro hacen que sea nombrado patrón de Polonia.
¿Qué príncipe es este que no llegó a nada? Pero Dios no atiende a los frutos visibles, sino a una fidelidad interior a un deslucido camino en el fracaso. San Casimiro alecciona sobre el buen uso de las cosas que salen mal. Carreras, nobles ambiciones, objetivos, todo puede torcerse. Pero ¿y cuándo lo que se estropea es la propia vida? ¿A qué agarrarse? ¿A la desesperación o a la fe? El prefirió la calidad del amor de Dios a sus éxitos personales.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
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