Nacido en Saint-Maurice, aldea próxima a Vienne, de una familia de labradores, Pedro se hizo cisterciense en Bonaval, y la fuerza de su ejemplo arrastró a todos los suyos, sus padres y tres hermanos, moviéndoles a abrazar también la vida religiosa.
En el 1132 fue elegido abad de Tamié, en la región de Tarantasia, que se encuentra en las faldas de los Alpes saboyanos, y diez años después, a pesar de resistirse tenazmente a ello, se le nombró obispo de Tarantasia. Sin embargo, no renunció a seguir siendo un monje.
Conociendo su diplomacia, el Papa Alejandro III le encomendó misiones políticas, como establecer la concordia entre Luis VII de Francia y Enrique II de Inglaterra. San Pedro de Tarantasia no era feliz fuera de su monasterio, visitaba con frecuencia la Gran Cartuja, suspirando con quedarse con los severos discípulos de San Bruno, y en una ocasión se escondió durante un año en una remota abadía, argucia que no le sirvió de nada, ya que volvieron a llevarle, muy mohíno, a su palacio episcopal.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
Magnífica semblanza de un santo que aparta de si las cosas mundanas para dedicarse a la oración que es la mejor ofrenda que se puede hacer a Dios. Pero, pienso, que junto a estos Santos debemos estar los combatientes por el mensaje evangélico. La unión de orantes y combatientes es la más eficaz para que la religión católica no sea barrida de España y el mundo.