Manchego de Almodóvar del Campo, Ciudad Real, de una familia de cristianos nuevos, Juan estudió Derecho y Teología en Salamanca y Alcalá, ordenándose sacerdote en 1525. Quiso ir a cristianizar las Indias, pero no fue posible y se quedó muy cerca de su tierra natal, en Andalucía, predicando en Sevilla, Granada, Córdoba, Écija, Baeza, Montilla… Es el gran predicador sabio, austero, fogoso, que arrebata con la fuerza de su palabra a las oyentes.
El Santo Oficio se alarma ante la vehemencia de su celo y el eco que tienen sus pláticas, considerándose que tal vez perturba el orden social e incurre en algún aspecto de la herejía luterana; es llevado así ante el Tribunal de la Inquisición y sufre cárcel durante unos meses, hasta que se reconoce su absoluta ortodoxia.
Fervoroso y mortificado, más hombre de oración que de palabra, San Juan de Ávila sigue su camino encendiendo inquietudes en seglares, clérigos y religiosos; en carmelitas, como San Juan de la Cruz, en dominicos como Fray Luis de Granada, que será su primer biógrafo, y en los jesuitas, pues coincide con San Ignacio, que piensa en ingresar en la Compañía de Jesús.
Fue un hombre aparte, que atrae y asusta, siempre rodeado de entusiasmo y de suspicacias, hasta el punto de que no se le canoniza hasta 1970. Un gran santo sin temor por las aristas de la verdad, hirientes en primer lugar para él mismo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol
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