Nacido en el pueblo aragonés de Torrehermosa, en la diócesis de Sigüenza, hijo de humildes colonos, Martín Bailón e Isabel Jubera, Pascual fue hasta los veinte años un extraño pastor que llevaba en el zurrón una breve biblioteca de libros piadosos y bajo la cruz del cayado una imagen de la Virgen tallada en madera.
En 1561 entra como hermano lego en un convento valenciano de la Orden de San Francisco, y allí es portero, cocinero, hortelano y limosnero; pero es tan humilde, tan seráficamente bondadoso, obediente y servicial que se lo disputan muchas comunidades, y en el curso de los años pasa por conventos de Valencia, Elche, Játiva, Villena y Jerez.
Tiene alguna rareza que escandaliza: a veces, después de ordenar la cocina y una vez concluido el trabajo, se pone en oración y de pronto se levanta como movido por un resorte invisible, balbucea loco de alegría, y baila ante una imagen de la Virgen (por eso muchos creen erróneamente que Bailón es apodo y no apellido).
Su rasgo más característico es su devoción a la Eucaristía. Pasaba todo el tiempo posible ante el sagrario. Además, cuando andaba por caminos o pelaba berzas para la cena de los frailes no dejaba de prorrumpir en jaculatorias de adoración al Santísimo Sacramento. Murió en el convento del Rosario de Villarreal de los Infantes, en tierras de Castellón, donde hoy se levanta en su honor un templo votivo eucarístico.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.