20 de mayo. San Bernardino de Siena (1380-1444)

Es el gran predicador que no quiso ser obispo porque decía «toda Italia es mi diócesis». Bernardino iba de un lado a otro hablando a las gentes en iglesias, plazas públicas, al aire libre, reuniendo a multitudes que le escuchaban durante cuatro o cinco horas. Se negaba a escribir, a confesar, lo suyo era la palabra de Dios.

Este franciscano de desastrado aspecto había nacido de una noble familia sienesa, los Albizzeschi, y antes de hacerse fraile había sido un heroico cuidador de enfermos durante la peste de 1400. Luego, repartió sus bienes entre los pobres y abrazó la vida de los más estrictos seguidores del Santo de Asís.

Predicaba de modo risueño y violento, familiar y tempestuoso, hablaba de un modo natural e irresistible, colorista y duro. Se empeñaba en que no hubiera güelfos ni gibelinos, enemigos mortales, sino cristianos que levantaran el emblema de Jesús. Por eso sus diatribas contra las discordias civiles eran devastadoras y eficaces.

Hubo sabios que le acusaban de hereje, hasta que el Papa Martín V declaró su absoluta inocencia. En uno de sus interminables recorridos por toda la península italiana, con una alforja de pan duro al hombro y en la mano una esportilla de libros desencuadernados, San Bernardino de Siena encontró la muerte.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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