Hijos gemelos de San Vital y Santa Valeria, que tras el martirio de sus padres vendieron todos sus bienes para repartir su importe entre los necesitados y se hicieron bautizar. Por negarse a adorar a los ídolos, se les decapitó bajo Nerón. Siglos después, sus cuerpos serían exhumados por San Ambrosio, obispo de Milán, quien guiado por un presentimiento, sueño o visión sobrenatural descubrió el lugar donde estaban sepultados.
Lo cuenta San Agustín en sus Confesiones: «Fue entonces cuando descubristeis por medio de una visión al obispo de Milán el lugar donde estaban sepultados los cuerpos de los mártires… los habías conservado al abrigo de la corrupción en vuestro misteriosos tesoro para hacerlos salir de allí en el momento oportuno». El mismo San Agustín afirma que mientras los restos de ambos mártires eran trasladados a la basílica ambrosiana, obraron milagros, siendo causa de que un ciego recobrara la vista y unos endemoniados se vieran libres del Maligno.
San Gervasio y San Protasio pertenecieron durante mucho tiempo al misterio de lo desconocido, y de pronto una visión divina y la solicitud del obispo de Milán devuelve sus vidas a la luz, hacen milagros, se les erigen iglesias, y en luminoso estilo de San Agustín, su reaparición evoca la opulencia espiritual de la santidad, a menudo opaca para nosotros, que Dios hace vivible cuando conviene.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol