Natural de la Campania, hijo del Papa Hormisdas, Silverio fue elegido Papa por la influencia del rey godo Teododato, y tuvo un pontificado breve y tumultuoso, a causa, según un antiguo hagiógrafo, de «dos mujeres locas y atrevidas», la emperatriz Teodora, casada con Justiniano, y amiga de los herejes condenados en el concilio de Calcedonia, y Antonina, esposa de su general Belisario.
Silverio se negó a revocar las decisiones de su antecesor Agapito, declarando que «antes perdería el pontificado y la vida que deshacer lo que santamente había hecho su predecesor», y por obra de los manejos de estas dos mujeres, aliadas con un clérigo ambicioso, Vigilio, perdió ambas cosas. El Sumo Pontífice fue hecho preso, vestido de monje y conducido al destierro en una isla, donde afligido de pobreza, calamidades y miserias, de puro maltratamiento vino a a morir. Por eso la Iglesia le venera como mártir.
Vigilio, su sucesor, fue menos maleable de lo que esperaba Teodora y acabó renunciando a la cátedra apostólica que había usurpado, aunque a la muerte de Silverio fue elegido papa. Con él Roma tuvo durante un largo período una política titubeante e insegura, que acentuaba aún más la firmeza heroica de que había dado muestras San Silverio.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.