Primogénito de una familia nobilísima, su padre es príncipe y marqués de Castiglione, su madre dama de honor de la reina Isabel de España, Luis está destinado, desde su niñez, a lo más alto, se le adiestra para mandar y ser un gran capitán, sin olvidar el lujo y el saber que conviene a un noble de eta Italia guerrera, fastuosa y humanista.
Pero cuando se le lleva de corte en corte, incluso a la de Felipe II en Madrid, el joven Gonzaga se descubre a sí mismo ajeno a aquellos entusiasmos mundanos. El es una figura delicada y espiritual que muy pronto hace voto de castidad y a los dieciséis años quiere ser misionero. Venciendo la dura oposición paterna, en Roma es modelo de novicios jesuitas, asombrando a todos con su santidad y tras un heroico comportamiento durante una epidemia de peste, muere muy joven aún, como el polaco Estanislao de Kotchka y el brabanzón Juan Berchmans, los otros dos donceles de la Compañía.
Patrono de la pureza adolescente y de la juventud, San Luis Gonzaga maravilló a santos como San Carlos Borromeo y San Roberto Belarmino, y es una de esas glorias auténticas empañadas por una piedad ñoña que se ha ido posando sobre su recuerdo como una espesa capa de polvo, ocultando su ejemplo de cristiano fuerte y decidido en la empresa de dedicación total a Dios con una generosidad y un arrebato que sólo podía tener un joven.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.