Según una tradición muy romana, eran dos soldados que custodiaban a Pedro y a Pablo cuando los apóstoles estuvieron presos en la cárcel Mamertina; los milagros que presenciaron les movieron a la conversión, se les bautizó allí mismo y más tarde, firmes en su nueva fe, sufrieron martirio por ella y fueron decapitados en la Via Aurelia.
Fueron muy venerados en la Edad Media, y sobre ellos se conserva una homilía de San Gregorio Magno que pondera los innumerables milagros hechos por su intercesión. Ambos tienen un altar en la basílica de San Pedro, honor poco frecuente que indica el respeto de la Iglesia por su recuerdo. Como el centurión Longinos, también en la basílica de San Pedro, Proceso y Martiniano cumplían órdenes, tropezaron inesperadamente con Dios, y ahí les tenemos en un rincón del santoral y en la primera iglesia de la Cristiandad.
Estos humildes soldados montando guardia en la tenebrosa cárcel Mamertina, que hoy visita fugazmente horripilado el turismo, debieron presenciar escenas grandiosas e inolvidables que transformaron sus vidas. San Proceso y San Martiniano, santos por contagio, estaban allí, cumpliendo su deber, y la Gracia hizo todo los demás. Sólo fueron dóciles a la evidencia interior de la fe, camino seguro que recorrieron hasta el martirio.
Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.