Sardo de nacimiento, Eusebio vivió en Roma, se ordenó sacerdote y por sus virtudes se le nombró obispo de Vercelli, en el Piamonte, diócesis en la que fue, además de pastor y organizador, algo parecido a un abad para con sus clérigos, que vivían bajo su dirección en una especie de comunidad monástica.
El arrianismo, que había sido condenado en Nicea, rebrotó fortísimamente con la ayudad del emperador Constancio, a quien se atribuye la famosa frase cesaropapista de «el canon es mi voluntad». En el sínodo de Milán de 335 San Eusebio se opuso a las pretensiones heréticas de Constancio y fue desterrado. Vivió en Palestina, Capadocia y Egipto sufriendo humillaciones y malos tratos. Por fin, a la muerte del emperador pudo volver con su grey.
De nuevo en Italia, junto con Hilario de Potiers, siguió combatiendo con toda energía el arrianismo pero con cordura y caridad, demostrando que el destierro no le había hecho fanático. La intransigente defensa de la verdad era conciliable con el afán de concordia y respeto a los demás. Nunca quiso ser un hombre de banderías, sino que sólo quiso ser un hombre de Dios. Su bando era la ortodoxia y su política el amor fraterno. Este santo merece que se le recuerde como ejemplo de conducta episcopal no siempre imitada.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.