Nació en La Mure, en el departamento de Isère, al este de Francia, hijo de un antiguo labrador arruinado, Pedro creció en el ambiente de la Restauración con el afán de reconstruir la conciencia cristiana después de los estragos que habían causado los nuevos paganismos revolucionarios e imperiales. Su propósito es señalar la primacía absoluta de lo espiritual; mientras el mundo se vuelca en el utilitarismo y diviniza la razón.
En su familia no encontró apoyo para su vocación religiosa, pero, por fin, pudo estudiar en el seminario de Grenoble y se ordenó en 1834. Contemporáneo y amigo del Cura de Ars, de quien tan cerca está en le calendario, fue también un cura rural como San Juan Bautista Vianney, luego marista en Lyon. Y en 1856 le vemos fundando una orden eucarística, el Instituto de los Sacerdotes del Santísimo Sacramento, que difunde la práctica de la adoración perpetua, buscando el núcleo mismo de la fe en la presencia real de Jesucristo en las especies sacramentadas.
Ante los males del siglo es una iniciativa a simple vista sorprendente. No hace nada práctico y visible en lo que la sociedad vea frutos, cuidar ancianos o enfermos, o fundar escuelas. Para algunos, una pérdida de tiempo, aunque, el anteponer a todo la presencia invisible de Dios, como hace San Pedro Julián de Eymard, es para Jesucristo haber elegido la mejor parte.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.