El más famoso de los mártires antiguos: durante la edad Media hasta treinta y cuatro iglesias en Roma, tenían su nombre. La actual San Lorenzo in Panisperna se levanta sobre el lugar de su martirio. En España, El Escorial también se dedica a su recuerdo con la forma del instrumento de su suplicio, la parrilla.
Aragonés de Huesca, como San Vicente, Lorenzo fue en Roma uno de los siete diáconos del Papa Sixto II ocupándose de la administración de los bienes eclesiásticos y tenía a su cargo unas mil quinientas personas, entre pobres, ancianos, huérfanos y enfermos. Después de decapitar al pontífice, el emperador Valeriano le exigió que le entregase las riquezas de que disponía la comunidad romana, y al cabo de unos días el santo le presentó una turba de necesitados diciéndole: «Estos son los tesoros de la Iglesia».
Fue martirizado a fuego lento en unas parrillas y según San Ambrosio aún tuvo entereza para bromear, ese rasgo de humor negro tan hispánico, desafiando a los verdugos, a los que dijo: «Ya está asado, dale la vuelta y come». Venerado en toda Europa como mártir arquetípico, San Lorenzo es patrón de los pobres, de los bibliotecarios, bibliófilos y libreros, porque los libros sagrados se confiaban a la custodia de los diáconos, y naturalmente, protector de los que más expuestos están a los peligros del fuego, como los bomberos.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.