Pertenece a la generación que está a caballo entre los reinados de Luis XIII y Luis XIV, cuando Francia, después de salir de la tragedia de las guerras religiosas, ve florecer una edad de oro de la fe y la cultura cristianas. Tras estudiar con los jesuitas, en 1623 Juan se hace sacerdote del Oratorio dedicándose a las misiones populares: predica, confiesa, reza mucho y cuida de los apestados.
En toda Francia, pero sobre todo en las zonas rurales, abunda la ignorancia, el abandono, la calamidad. Juan Eudes va restañando heridas cada vez más consciente de la gravedad de la situación. No tiene el brillo de un Francisco de Sales o un Vicente de Paúl, no deja leyenda y literatura tras de si, no es más que un normando brusco y testarudo sin el don de la simpatía, pero empujado por una irresistible fuerza espiritual cumple obstinada y oscuramente con su deber.
En 1643 funda la congregación de Jesús y María, los «eudistas», que ante el mal mayor de la falta de formación del clero, y para establecer la piedad y la santidad entre los sacerdotes, organizan y dirigen seminarios. Más de un obispo pone trabas al proyecto, los jansenistas desatan calumnias y persecuciones contra la iniciativa. San Juan Eudes sigue su camino con paciencia y sin dejarse desviar. Sabe que no es un genio, que su obra está destinada a no complacer a todo el mundo, que cada día del fundador es una cruz, pero cree en la necesidad de su ingrata tarea, y eso le basta.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.