Con ese nombre tan aristocrático y sonoro, Isabel, nacida en un castillo del Poitou, hubiera podido ser una heroína de la causa realista en cualquier novela de Balzac; Teresa, hija de payeses leridanos , tenía menos posibilidades de que la recordáramos un siglo después. Ambas se hermanan en la festividad de hoy como protectoras por amor de Dios de los que nada tienen.
La aristócrata tuvo que hacer frente a realidades muy duras con la Revolución Francesa, y al ser perseguidos los sacerdotes organizó reuniones de fieles para el culto hasta que conoció al cura San Andrés Fournet, quien le ayudó a fundar una comunidad para asistir a enfermos pobres y a agonizantes, las Hijas de la Cruz (1807). En su modesto ámbito, Teresa Jornet fue maestra y ejerció el magisterio , pero como ansiaba su vida religiosa fuera del mundo, ingresó en el convento burgalés de Briviesca para hacerse clarisa; otra revolución, la de 1868, se cruzó en su camino, el Gobierno prohibió emitir votos, contrariedades de salud la obligaron a renunciar a sus proyectos, y en 1872 funda en Barbastro las Hermanitas de los ancianos desamparados. Al morir ella su instituto contaba ya con ciento tres casas-asilo.
Estas dos mujeres tan distintas, la heredera de una familia noble del antiguo régimen y la hija de labriegos, canonizadas en fechas recientes (Santa Isabel en 1947 y Santa Teresa en 1974), descubrieron su servicio de caridad por obra indirecta de la revolución. La nacida para ser señora se pasó la vida cuidando desechos humanos. La que suspiraba por apartarse del trajín del mundo, enseñó con su ejemplo una espiritualidad activa de entrega a los que no tenían ningún amparo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.