Uno de los mayores oradores de la humanidad, Juan era llamado el de la Boca de Oro o Pico de Oro, además de doctor de la Iglesia griega. Era hijo de un general del imperio bizantino, fue un hombre brusco, violento, poco diplomático. Una voz sin contemplaciones en aquella Constantinopla que hervía de intrigas, lujos y vanidades. Siendo discípulo del retórico Libanio, comenzó una nueva vida convertido por la fe. Se retiró al desierto porque para aprender a hablar antes hay que aprender a callar y a escuchar el silencio, lección que no aprendió de Libanio, sino del Espíritu Santo.
Luego fue arzobispo de Constantinopla, conoció el exilio y el retorno. Pronunció grandes discursos mezclados de vigor y ternura, violencia y persuasión, pasión por la causa de Dios y arte de la oratoria, defensa de los oprimidos y verdades de la fe. Cuando Satanás, irritado por sus triunfos, volcó su escritorio, el santo mojó la pluma en su propia boca y la sacó con tinta de oro.
San Juan Crisóstomo morirá en el destierro rodeado por fin de silencio, lejos de las multitudes de Constantinopla, solo y haciendo homenaje de su elocuencia al silencio de Dios. Su emblema es una colmena de abeja, alusión metafórica a su oratoria, dulce como la miel y sustento de los fieles.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.