Mauricio aparece en el santoral con el apelativo de «soldado», y a diferencia de San Jorge es un militar de infantería, siempre a pie. Era africano, jefe de la Legión Tebana que se reclutó en la Tebaida, en el Alto Egipto. Su legión fue destinada al norte de los Alpes, a Agaune-en-Valais, hoy Saint-Maurice, no lejos del Lago de Ginebra, para someter a una tribu rebelde, y allí se produjo el conflicto de conciencia que hizo mártires a Mauricio y a sus compañeros: al negarse a sacrificar a los dioses, primero fueron diezmados y por fin exterminados.
Estos coptos probablemente blancos (aunque a menudo los pintores presentaban a Mauricio como un negro de rizados cabellos, quizás por el equívoco que asocia el nombre de Mauricio a la Mauritania, a los moros o mauri), van a morir a la Helvecia, y dejarán como emblema a lo que hoy es Suiza la insignia de la Legión Tebana, una cruz blanca sobre fondo rojo. Están en las raíces cristianas de la Suiza actual y por ello San Mauricio es patrón de la Guardia Suiza del Papa.
Para nosotros siempre serán los personajes viriles, graves, serenos, infinitamente persuasivos en los gestos de su coloquio, del gran cuadro que El Greco pintó para el Escorial, y que no gustó a Felipe II, tal vez por estimar anticuado el procedimiento de pintar en el mismo lienzo diversas escenas del martirio; al fondo, los soldados ofrecen su cuello al verdugo, y en primer término Mauricio explica a los demás, imaginamos que con sencilla y profunda elocuencia, las razones de morir. En la altura, una apoteosis de ángeles les baña de gloriosa luz.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.