La santa más popular de los tiempos modernos y también la menos vistosa; sólo la fuerza interior de Teresa ha impresionado a los contemporáneos, porque de puertas para afuera fue la monjita más oscura y vulgar, una más en el Carmelo normando de Lisieux, callada, obediente, gris, débil de cuerpo, tísica en sus últimos años, que ni siquiera gozaba de buena reputación entre sus compañeras y sus superioras.
Nunca hizo nada aparente ni extraordinario, nunca se movió de su sitio. Aquí no hay nada que contar, nada periodístico, llamativo, brillante. Se limitó a seguir lo ella llamaba el caminito, «la petite voie». Adorar, rezar, trabajar, obedecer, encomendar. Su reino pertenece a lo invisible, a lo sobrenatural, y murió ignorada de todos. La gran santa de los últimos siglos vivió de espaldas al relumbrón de la modernidad, conjurando con su entrega silenciosa el estruendo diabólico que nos rodea.
Sólo después de su muerte su libro, Historia de un alma, y sus milagros la hicieron famosa, y la Iglesia la ha hecho patrona de las misiones. Asombroso patronazgo el suyo, al menos a primera vista. Santa Teresa de Lisieux, patrona de la actividad misionera, motor de la evangelización, ella, de horizontes humanos tan cortos, sin medios, sin dinero, sin salud. Sólo poniéndose en manos de Dios para todo y no conformándose con menos.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.