Nació en los confines más solitarios e inaccesibles de Navarra, en un castillo almenado y de aire adusto, atenazado entre España y Francia. La suerte de las armas fue adversa a la noble familia de Javier y éste marchó a París a adquirir ciencia. Allí fue estudiante y luego maestro.
Fue atraído al embrión de lo que iba a ser la Compañía de Jesús. Su entusiasmo iba por delante de la prudencia del fundador. En Roma se desconsuela pensando que no se le ha elegido para la misión de Asia que pedía el rey de Portugal. Pero a última hora, y debido a la enfermedad de un compañero, será Francisco quien vaya a Goa, evangelice con su divina paciencia la India, recorra la isla de las especias, entra en el Japón y bautiza a miles de nuevos cristianos, casi en soledad, como un apóstol sin freno, en los pocos años que le quedan hasta que muere, consumido de ansias y fiebre, a las puertas de China.
Patrón y modelo de misioneros, San Francisco Javier que nació encastillado es un viajero para quien el mundo es demasiado pequeño y el tiempo demasiado corto, su vida no será nunca la defensa, sino la conquista para el imperio de Dios, y así gana territorios inmensos y lejanos, ensanchando la Iglesia hasta que que el cansancio le mata en plena aventura de predicar a Cristo.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.