La niña mártir de Mérida que a los doce años desafía a los verdugos y con santa elocuencia (su nombre significa la bien hablada) dice: «¿Qué furia es la que os mueve a perseguir a Dios? Pero si estáis sedientos de sangre cristiana, aquí me tenéis». Las torturas destrozan su cuerpo y después de morir una súbita nevada le sirve de sudario celestial.
Muy pronto Prudencio, inspirado cantor, dedica a Eulalia un himno de su Peristéfanon: «Cortad las violetas púrpuras, recoged los azafranes sangrientos, nuestros dulces inviernos tendrán flores». Desde Mérida su fama se extenderá por toda la península, sus reliquias son llevadas a Austria, y, lejos ya de tierras hispánicas, aparece en el cortejo de vírgenes de San Apolinar de Rávena; en África, San Agustín le dedica un panegírico; entre los ingleses San Beda exalta su recuerdo; Venancio Fortunato compone un poema en su honor.
De Santa Eulalia de Mérida, la bien hablada, se habló mucho y bien en todo el mundo, el sacrificio de una niña en los confines de España resonó en toda Europa; y todavía nos acordamos de su reto impetuoso a la muerte, que la vistió de blanco como a un ángel destruido por los garfios y el fuego.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.