También conocida como María la egipcia, ha sido siempre, junto con su homónima la Magdalena, patrona de las pecadoras públicas arrepentidas. Porque en su juventud durante diecisiete años fue ramera en Alejandría.
Un día quiso ir a Jerusalén con unos peregrinos, no por devoción, sino por curiosidad, pagó el pasaje prostituyéndose con su cuerpo, y una vez en la Ciudad Santa se dispuso a entrar mezclada con la muchedumbre en la iglesia del Santo Sepulcro, pero una fuerza sobrenatural la rechazó una y otra vez, mientras los demás entraban sin obstáculos en el templo.
Comprendió que era a causa de sus pecados, y arrepentida y desecha en lágrimas prometió a una imagen de la Virgen «dar mano a todas las cosas del siglo y entrar por la senda de la salvación más estrecha». Entonces pudo entrar en la iglesia, pero de rodillas. Mas tarde se dirigió al Jordán, y en el lugar donde fu bautizado Cristo, desató su hermosa, cabellera sumergiéndola en el río como una purificación. De allí se fue al desierto para llevar una vida penitente en soledad.
Más de cuarenta años después, la encontró allí el abad Zósimo y era, según nos dice la Leyenda Dorada, un bulto errante, con el cuerpo denegrido por el sol y los cabellos blancos como la lana. Santa María la Egipcíaca, «pecatriz sin mesura», en palabras de Berceo, murió poco después en aquel yermo, desmedida primero en vicios y luego en mortificaciones.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.
Libercast: https://www.youtube.com/@libercast.oficial/videos