Obispo memorable que solía recorrer su diócesis descalzo aunque nevase, Hilario predicaba horas y horas a sabios y a ignorantes, queriendo que todos compartiesen el tesoro de su fe. Era compasivo y tierno con los pecadores, y duro hasta la denuncia pública y arriesgada con los grandes personajes.
Hombre de letras, de palabra fácil y brillante, con el éxito asegurado por su talento, fue monje de Lérins, donde sería el segundo abad cuando San Honorato sea nombrado obispo de Arlés, y en el 429, es designado maestro en la silla episcopal de Arlés cuando aún no había cumplido treinta años. Su celo era tal que, al menos, dos veces entró en conflicto con el Papa San León I por sobrepasar de buena fe sus atribuciones episcopales. Pero a su muerte este mismo Papa hizo un espectacular elogio de un obispo que entraba fogosamente en la santidad.
Excesivo fue también su amor a los pobres. Para poder hacer más limosnas vendió los vasos sagrados. Trabajaba con sus propias manos, cultivaba los campos y trenzaba las redes y esteras. No parece que la Iglesia se lo tenga en cuenta y le propone como modelo de ímpetu arrollador por la causa del Bien sin contemplaciones.
Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.