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30 de marzo. Juan Clímaco (… – 649)

Conocido como Juan el de la escalera, era un monje y abad del monasterio Monte Sinaí, que gozó de una fama inmensa como director de almas en la primera mitad del siglo VII. Su recuerdo no está vinculado a una biografía, sino a un libro, Escala santa, que ha tenido tanta influencia entre los monjes de Oriente y de Occidente.

Es una obra excepcional, que une la elevación a la sencillez, el rigor a la serenidad, los impulsos más espirituales a la agudeza psicológica y al sentido común. En treinta escalones hace recorrer el camino que lleva desde el hombre a Dios, empezando por la renuncia a sí mismo y concluyendo en el amoroso Absoluto.

Ascensión en la que cada peldaño es un desprendimiento, desde el simple ruido («oponer el silencio de los labios al tumulto del corazón»), y las pasiones exteriores hasta la última fortaleza den encastillado orgullo: «Los hombres pueden sanar a los voluptuosos, los ángeles a los malvados, pero a los soberbios solamente Dios».

La iconografía bizantina difundió la imagen de la mística escalera por la que trepan las almas, tironeadas, empujadas por demonios que pretenden precipitarlas en las abiertas fauces de un dragón. Entre un revuelo de ángeles luminosos y una atmósfera de intenso colorido sobrecogedor, el alma ligerísima y trémula que tras subir por la vertiginosa escalera, llega a las alturas y cae como una pluma en el regazo de Dios, empujada por el último soplo de la Gracia.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

29 de marzo. Santos Jonás y Baraquicio (… – 327)

Dos mártires persas, tal vez hermanos, procedían una aldea llamada Jassa, y fueron víctimas de la persecución que desató contra los cristianos el rey sasánida Sapor II. Habían sido condenados a muerte nueve cristianos, y Jonás y Baraquicio salieron de su aldea para visitarles en las mazmorras y transmitirles aliento. Pero se vieron comprometidos y se les encarceló, exigiéndoles que adoraran al soberano y rindiesen culto a los elementos de la naturaleza.

Ante su negativa, fueron azotados y finalmente martirizados: Jonás aplastado en una prensa para la uva y Barasquicio sufrió el vertido de plomo derretido en su garganta. Un devoto varón llamado Absidotas rescató los santos cuerpos por quinientos mil daries, la moneda del país, y tres vestidos de seda, y les dio cristiana sepultura.

Mientras en Occidente, Constantino protegía a los cristianos, en Oriente, la persecución hacía mártires; unos tenían que resistir el halago, y otros la tortura; en Roma la absorción, en Persia el exterminio; en Europa las tentaciones de la influencia y del poder; en Asia las de la apostasía, doble experiencia complementaria que los católicos del siglo XXI conocen también. Aprendamos de San Jonás y de San Baraquicio.

Fuente. La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

28 de marzo. San Esperanza (… – 517)

El Papa San Gregorio Magno nos habla de él en el cuarto libro de sus Diálogos, y empieza por sorprendernos un nombre poco frecuentemente impuesto a un varón: Spes o Esperanza, como si fuese una virtud teologal personificada. San Esperanza fue un monje fundador de un monasterio próximo a Nursia, abad del cenobio, hombre piadosísimo y de gran serenidad que sufrió sin una palabra de impaciencia o desconsuelo la desgracia de ser ciego durante cuarenta años.

Pasado el tiempo, recobró la vista. Y Dios le mandó entonces que visitase los monasterios vecinos predicando a los monjes, para que se viese que el Señor, que le había devuelto la luz, le convertía en instrumento a fin de que los demás le recibiesen en los ojos del alma. A su regreso, tras haber recibido la Eucaristía, murió cantando salmos con la comunidad. Dicen que se vio salir de su boca el alma en forma de paloma blanca que, volando por el oratorio, rompió el techo y se perdió en las aturas.

San Esperanza es el Job cristiano que no pide cuentas a Dios por su desdicha, ya que su humildad le impide hacer reclamaciones, y solo ve en la adversidad una misteriosa prueba de amor que no puede entenderse.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

Libercast.

27 de marzo. San Juan de Egipto (304-394)

Nacido en Licópolis, hoy Asiut, de profesión carpintero, Juan se dedicó en edad madura, a hacer vida de ermitaño, adquiriendo una reputación de santidad solo inferior a la del famosísimo San Antonio, y profetizando las victorias del emperador Teodosio.

Cierto día el eremita acogió en su caverna del desierto a una mujer errante y extenuada que le conmovió con la dulzura de sus palabras; siguieron otras más dulces aún, mezcladas con risas y caricias, y hasta la mujer tuvo el atrevimiento de tocar las barbas y el mentón de Juan. Y cuando éste, cediendo a los impulsos de una pasión desordenada, tendió sus brazos hacia ella, el demonio, revestido de aquella apariencia, pero cuyo cuerpo fantasmagórico no era más que aire, se esfumó lanzando alaridos espantosos, y un tropel de malos espíritus acudió para presenciar entre burlas la confusión del hombre de Dios.

Para el recuerdo nos queda la escena pintada por el sienés Pietro Lorenzetti en un fresco del camposanto de Pisa: una mujer de hermosura extraña y glacial fija su mirada obsesionante en el monje barbudo que le aprieta la mano. Una atmósfera como de sueño, voluptuosa y fatídica, envuelve a la bella y al solitario. Es la imagen de la debilidad, la compasión peligrosa que permite la caída y que el Diablo le enternezca. No es malo ver también a los santos apeados de sus altares y de su impasibilidad aparente, turbados y zarandeados por el instinto, débiles como todos hasta querer incluso abrazar la fantasmagoría que se deshace en un estrépito infernal, en humo y arrepentimiento.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

26 de marzo. San Braulio (590-651)

Se ignora donde nació. Sí se sabe que se educó con su hermano Juan, obispo de Zaragoza. Braulio fue muy versado en humanidades y completó su formación en Sevilla, junto al gran San Isidoro. A la muerte de su hermano (631), Braulio le sucede en la sede episcopal zaragozana. Dos años más tarde se encuentra por última vez en el Concilio de Toledo con su amigo y maestro Isidoro rogándole que le envíe el libro de las Etimologías, al parecer compuesto a petición suya.

Uno y otro intercambian cartas admirables de piedad, cariño y bibliografía, porque Braulio es un incansable bibliófilo. Tras la muerte de San Isidoro, será en un nuevo concilio toledano, donde su amigo se revela como heredero y sucesor de aquella lumbrera, figura de mayor reputación dentro de la Iglesia española.

En los años finales de su vida, San Braulio multiplica su actividad: influye en los reyes, responde al Papa Honorio con tanto respeto y veneración como energía, ya que el pontífice reprocha injustificadamente a los obispos de España su supuesta lenidad, es autor de himnos que se incorporan a la liturgia mozárabe, atiende a todo género de consultas y gobierna su diócesis con bondad y criterio firme. Ya casi ciego y con la salud muy quebrantada, sigue buscando afanosamente códices para adquirir y copiar. Encabezaba sus cartas como «siervo inútil de los Santos de Dios».

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

25 de marzo. La Anunciación

Nueve meses antes de la Navidad se conmemora la visita del arcángel Gabriel a una virgen de Nazaret llamada María, según cuenta San Lucas, el evangelista, a quien Nuestra Madre y Señora debió de contar tan singular episodio. Ella está en su casa y un enviado de Dios se hace visible como luz radiante en forma de muchacho celeste y le manifiesta un mensaje. De él dirá el insigne escritor José María Pemán que fue el primer cuerpo diplomático de la Historia.

El mensajero la saluda y habla de sucesos futuros: «Concebirás y darás a luz a un Hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Será grande y se llamará Hijo del Altísimo». Ella objeta: «No conozco varón». El ángel explica: «Nada hay imposible para Dios», recordándole que la esterilidad de su prima Isabel no le ha impedido concebir. Pero lo cierto, más que afirmar, el mensajero pregunta. Dios no quiere ser hombre sin que su madre humana acepte libremente la maternidad.

Dios haciéndose hombre en un lugar de Galilea es un irrepetible prodigio trascendental que depende de la respuesta de María: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra», es la contestación. Y el Verbo se hizo carne con aquél sencillo asentimiento.

Fuente: La casa de los santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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24 de marzo. Santa Catalina de Suecia (1330-1381)

Aún después de hacerse protestantes, los suecos siguen viendo en ella un prototipo nacional de mujer resuelta y animosa, de fuerte personalidad y atraída por el imán espiritual de Roma. Hija de Santa Brígida (23 de julio), Catalina contrae matrimonio con el piadoso conde Edgard Lydersson, haciendo voto de castidad. En 1350, se trasladó a Roma para ayudar a su madre, ocupada en conseguir que los pontífices aprobaran la orden del Santísimo Salvador.

Vivió un cuarto de siglo en la Ciudad Eterna entre grandes austeridades, cuidando a pobres y a enfermos. Tras enviudar, a la muerte de Brígida, volvió a su patria, fue abadesa del monasterio de Vadstena, en la orilla derecha del lago Vättern. Todavía. en 1375, efectuaría de nuevo un largo viaje hasta Roma para activar la aprobación de la orden y promover la canonización de su madre.

Murió en Vadstena como espejo de virtudes, y según la tradición, se vio surgir en el cielo una estrella desconocida que permaneció en el aire sobre el monasterio hasta que llevaron a enterrar a la santa, para luego desaparecer cuando su fatigada humanidad andariega volvió al polvo.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

23 de marzo. San Toribio de Mogrovejo (1538-1606)

Debió de nacer en Mayorga, Valladolid. Toribio estudió en ésta ciudad así como en Salamanca y Coimbra. En la universidad salmantina se graduó en Derecho y en la de Coimbra impartió clases, siendo un brillante jurista seglar, al que en 1575 se le nombró presidente de la Inquisición granadina.

¿Cómo se le ocurrió a Felipe II pensar en este hombre que no era sacerdote para arzobispo de Lima? Toribio dudó mucho en aceptar, pero al fin recibe las órdenes, se le consagra obispo de Sevilla y en 1581 llega al Perú, donde tiene una diócesis tan grande como un reino de Europa, con caminos impracticables, indios indóciles y españoles acostumbrados a su capricho y conveniencia.

A todo ello remediará San Toribio, que lleva la fe cristiana y el orden de Trento a aquellas lejanas tierras. Recorre una y otra vez el Perú, aprende varias lenguas indígenas para poder predicar en ellas, publica un catecismo, funda el primer seminario de América y se enfrenta con los privilegios abusivos de las grandes órdenes religiosas y con el absolutismo del virreinato.

El Narigudo, como le llamaban los indios por su prominente nariz, derrocha caridad, inteligencia y vigor, se expone a los mayores peligros, alienta la espiritualidad de Santa Rosa de Lima y la muerte le sorprende en uno de sus numerosos viajes, en Saña Grande, donde se hace cantar por un misionero, al son de un arpa, el salmo In te, Domine speravi.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol

22 de marzo. Santa Lea (… – 384)

De Santa Lea solo sabemos lo que nos dice San Jerónimo es una especie de elogio fúnebre que incluyó en una de sus cartas. Fue una matrona romana que al enviudar, aún joven, renunció al mundo e ingresó en una comunidad religiosa de la que llegó a ser superiora, llevando siempre una vida ejemplarísima.

Así lo cuenta su biógrafo: «De un modo tan completo se convirtió a Dios, que mereció ser cabeza de su monasterio y madre de vírgenes, después de llevar blandas vestiduras, mortificó su cuerpo vistiendo sacos; pasaba las noches en oración y enseñaba a sus compañeras más con el ejemplo que con sus palabras. Fue tan grande su humildad y sumisión, que la que había sido señora de tantos criados parecía ahora criada de todos, aunque tanto más era sierva de Cristo cuanto menos era tenida por señora de hombres. Su vestido era pobre y sin ningún esmero, comía cualquier cosa, llevaba los cabellos sin peinar, pero todo eso de tal manera que huía en todo la ostentación».

No sabemos más de esta dama penitente. La Roma en la que fue una rica señora de alcurnia no tardaría en ser asolada por los bárbaros, y Lea, cuya vida era tenida por todos como un desatino, llega hasta nosotros con su áspero perfume de santidad que desafía el tiempo.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

Libercast. Batalla cultural, rearme moral y defensa de la libertad

21 de marzo. San Nicolás de Flue (1417-1487)

Santo paradójico en todos los aspectos: Guerrero y hombre de paz, padre de familia numerosa y ermitaño, solitario y estadista diplomático, Nicolás de Flue fundó la patria suiza, y es venerado por católicos y protestantes, no siendo canonizado hasta 1947.

Nació en un hogar campesino junto al lago de Lucerna. Participó activamente en dos guerras patrióticas, se casó a los treinta años con Dorotea Wyss y tuvo diez hijos, siendo conocido en la comarca como un granjero próspero, respetado y de singular devoción. Veinte años después, con el consentimiento de su mujer y sus hijos, y ante el escándalo de sus parientes y vecinos, se retiró a hacer vida de anacoreta a la garganta de Ranft, cerca de su casa, y allí entre prolongados ayunos, tuvo extraordinarias visiones y dio consejos a mucha gente que acudía a visitarle.

Cuando el país estuvo al borde de la guerra civil por un conflicto entre cantones urbanos y rurales, San Nicolás, que ya había sido juez de cantón y diputado de la Dieta federal, propuso una solución política que fue aceptada en el acto unánimemente (Pacto de Stans de 1481), consiguiendo salvar la unidad suiza. Murió en su cabaña rodeado de su familia después de hacer el prodigio de armonizar maravillosamente la mística y la política, la familia y la dedicación religiosa, las cosas de este mundo y la entrega absoluta a Dios.

Fuente: La casa de los Santos. Un Santo para cada día. Carlos Pujol.

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